"Hola”, “Quiero Bob Esponja”, “Veo verde”, “Veo Matías”, “Quiero tijeras”, “Voy Educación Física”, “Quiero yogur”.
Durante seis cursos, bien a través de tableros, de gestos, de cuadernos PECS o incluso aproximándonos cada vez más a emisiones orales… este es el tipo de comunicación al que han estado expuestos mis alumnos, por la sencilla razón de que era la comunicación que les ofrecíamos. A buen seguro, pensando en ellos, ya que partíamos de sus intereses, rutinas diarias en el aula y en su casa. Pero siempre se trataba de una comunicación motivada y dirigida por nosotros, ante opciones que les presentábamos.
Y, si bien, pasar de la nada a este tipo de comunicación constituyó un paso importante para todos, cierto es que no resulta suficiente y que cumple muy pocas de las funciones comunicativas que podemos llegar a desarrollar.
Si por comunicación entendemos el acto de compartir algo, de poner algo en común, de hacer partícipe al otro o a los otros de lo que uno tiene; podemos considerar que ésta constituye un valor indispensable para nuestra vida social. De modo que es la base de la autoafirmación personal y social ya que, a través de ella, intercambiamos información, opiniones, reflexiones, inquietudes, pensamientos… con otras personas. Todo ello nos permite establecer relaciones personales con nuestros amigos, familiares, compañeros de trabajo y miembros de nuestra comunidad. Aprender a comunicarse es, pues, el pilar del desarrollo de nuestra personalidad.
Que nuestros alumnos se comuniquen sólo para pedir cosas o para informarnos de lo que ven o de adónde van no parece ser, por tanto, una buena base sobre la que sustentar el desarrollo de su personalidad.
Esto debería hacernos reflexionar y pensar en las muchas cosas que nosotros mismos comunicamos a diario a las diferentes personas que nos rodean: expresamos nuestros sentimientos, damos nuestra opinión, aceptamos o rechazamos propuestas, proponemos planes, contamos historias, nos referimos a hechos presentes, pasados o futuros, damos explicaciones, planificamos nuestro día y nuestras actividades, negociamos aquellos aspectos que no nos parecen bien para llegar a acuerdos, expresamos afecto, hacemos cumplidos o comentarios negativos, bromeamos…
Esta reflexión debería hacernos llegar a una conclusión que, a priori, parece evidente. Necesitamos modificar el grueso del vocabulario que ofrecemos a nuestros alumnos. Tal vez los sustantivos y la organización de los sistemas de comunicación por categorías semánticas, no sean la mejor opción.
Tal vez deberíamos pensar qué funciones comunicativas necesitamos cubrir y buscar aquellas palabras que permitan hacerlo en cualquier contexto y situación, sin depender de la especificidad de los sustantivos.
Es en este punto donde aparecen como solución a nuestra inquietud las palabras esenciales. Las palabras esenciales son aquellas que constituyen la mayor parte de lo que comunicamos a diario. Y, curiosamente, no son sustantivos. Son verbos, pronombres, preposiciones, adverbios y adjetivos. Y, lo más sorprendente, es que no son muchos. Varios estudios en diferentes idiomas y grupos de edad han demostrado que alrededor de 50 palabras constituyen entre el 40 y el 50% de lo que decimos, 100 palabras constituyen alrededor del 60%, y de 200 a 400 palabras constituyen el 80% de las palabras que usamos cada día.
Este conocimiento llevó a la implementación en el aula de un nuevo sistema de comunicación más robusto, más completo, que se concretó en Proloquo2Go.
De los seis alumnos del aula, sólo uno de ellos era usuario de Proloquo2Go, pero el uso de la tecnología nos permitía tener su sistema en dos iPads, el de clase y el del alumno. Además, el hecho de contar en el aula con una televisión sobre la cual proyectar el contenido del iPad de clase permitió hacer modelado y enseñar el uso del nuevo SAAC a nuestro usuario principal y al resto de compañeros que observaban y participaban de las conversaciones de forma oral. También, contar con el panel de palabras esenciales proporcionado por AssistiveWare y con las capturas de pantallas del dispositivo de nuestro alumno ampliadas a tamaño A3 y dispuestas en el aula de forma que siempre estuviesen accesibles, facilitaba que en todo momento, la comunicación surgiese de forma espontánea hasta en aquellos alumnos que hasta ese momento seguían contando con un SAAC de tipo PECS en un dispositivo electrónico.